El crucificado es el resucitado


Los apóstoles no anunciaban una resurrección muy concreta de aquel hombre llamado Jesús, a quien las autoridades civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y condenado.


Cuando Jesús fue atacado por las autoridades, se encontró solo. Sus discípulos lo abandonaron, y Dios mismo guardó silencio, como si estuviera de acuerdo. Todo pareció concluir con su crucifixión. Todos se dispersaron y quisieron olvidar.

Pero ahí ocurrió algo. Una experiencia nueva y poderosa se les impuso: sintieron que estaba vivo. Les invadió una certeza extraña: que Dios sacaba la cara por Jesús, y se empeñaba en reivindicar su nombre y su honra. "Jesús está vivo, no pudieron hundirlo en la muerte. Dios lo ha resucitado, lo ha sentado a su derecha, confirmando la veracidad y el valor de su vida, de su palabra, de su Causa. Jesús tenía razón, y no los que lo expulsaron de este mundo y despreciaron su Causa. Dios está de parte de Jesús, Dios respalda la Causa del Crucificado. El Crucificado ha resucitado, ¡vive!

Y esto era lo que verdaderamente irritó a las autoridades judías: Jesús les irritó estando vivo, y les irritó igualmente estando resucitado. También a ellas, lo que les irritaba no era el hecho físico mismo de una resurrección, que un ser humano muera o resucite; lo que no podían tolerar era pensar que la Causa de Jesús, su proyecto, su utopía, que tan peligrosa habían considerado en vida de Jesús y que ya creían enterrada, volviera a ponerse en pie, resucitara. Y no podían aceptar que Dios estuviera sacando la cara por aquel crucificado condenado y excomulgado. Ellos creían en otro Dios.

Creer con la fe de Jesús

Pero los discípulos, que redescubrieron en Jesús el rostro de Dios -como el Dios de Jesús- comprendieron que era el Hijo, el Señor, la Verdad, el Camino, la Vida, el Alfa y la Omega. La muerte no tenía ningún poder sobre él. Estaba vivo. Había resucitado. Y no podían sino confesarlo y "seguirlo", "persiguiendo su Causa", obedeciendo a Dios antes que a los hombres, aunque costase la muerte.

Creer en la resurrección no era para ellos una afirmación de un hecho físico-histórico que sucedió o no, ni una verdad teórica abstracta (la vida postmortal), sino la afirmación contundente de la validez suprema de la Causa de Jesús, a la altura misma de Dios (a la derecha del Padre), por la que es necesario vivir y luchar hasta dar la vida.

Creer en la resurrección de Jesús es creer que su palabra, su proyecto y su Causa, ¡el Reino!, expresan el valor fundamental de nuestra vida. Y si nuestra fe reproduce realmente la fe de Jesús (su visión de la vida, su opción ante la historia, su actitud ante los pobres y ante los poderes...) será tan conflictiva como lo fue en la predicación de los apóstoles o en la vida misma de Jesús.

En cambio, si la resurrección de Jesús la reducimos a un símbolo universal de vida postmortal, o a la simple afirmación de la vida sobre la muerte, o a un hecho físico-histórico que ocurrió hace veinte siglos... entonces esa resurrección queda vaciada del contenido que tuvo en Jesús y ya no dice nada a nadie, ni irrita a los poderes de este mundo, o incluso desmoviliza en el camino por la Causa de Jesús.

Lo importante no es creer en Jesús, sino creer como Jesús. No es tener fe en Jesús, sino tener la fe de Jesús: su actitud ante la historia, su opción por los pobres, su propuesta, su esfuerzo decidido, su Causa...

Creer lúcidamente en Jesús en esta América Latina, o en este Occidente llamado "cristiano", donde la noticia de su resurrección ya no irrita a tantos que invocan su nombre para justificar incluso las actitudes contrarias a las que tuvo él, implica volver a descubrir al Jesús histórico y el sentido de la fe en la resurrección.

Creyendo con esa fe de Jesús, las "cosas de arriba" y las de la tierra no son ya dos direcciones opuestas, ni siquiera distintas. Las "cosas de arriba" son la Tierra Nueva que está injertada ya aquí abajo. Hay que hacerla nacer en el doloroso parto de la Historia, sabiendo que nunca será fruto adecuado de nuestra planificación sino don gratuito de Aquel que viene. Buscar "las cosas de arriba" no es esperar pasivamente que suene la hora escatológica, que ya sonó en la resurrección de Jesús, sino hacer realidad en nuestro mundo el Reinado del Resucitado y su Causa: Reino de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.

Una nota para lectores críticos

La homilía de la vigilia pascual o la de la misa del domingo de Pascua no son la mejor ocasión para dar en síntesis un curso de teología sobre el tema de la resurrección, pero sí son un momento oportuno para caer en la cuenta de la necesidad de darnos una sacudida en este tema teológico.

Por una parte, el ambiente litúrgico es tal que permite al “orador sagrado” elaborar libremente su discurso sin temor a ser interrumpido, ni cuestionado, ni siquiera solicitado por sus oyentes para una explicación más amplia. Lo que él diga, por muy abstracto, complicado o inverosímil que sea, va a ser aceptado por los asistentes con una actitud de piadosa acogida, o al menos de silencio respetuoso. No le va a ser necesario “justificar” lo que dice, ni explicarlo de un modo exigente, porque en la celebración litúrgica a veces la palabra tiene un valor ritual, al margen de su contenido real, razón por la que muchos oyentes “se desconectan” mentalmente, pues están conscientes de no estar recibiendo un mensaje interpelador real.

Éste es un gran peligro para todo agente de pastoral: la utilización de fórmulas fáciles, abstractas, solemnes... que no evangelizan, porque no tratan de dar razón de la fe y de hacerla inteligible -hasta donde se puede-, sino de cumplir un rito.

Por otra parte, el tema concreto de la resurrección es un tema que está sufriendo en los últimos tiempos una profunda revisión. Algunos teólogos hablan de un “cambio de paradigma”: no se trataría de cambios en detalles, sino de una comprensión radicalmente nueva del conjunto.

No hay que olvidar que venimos de un tiempo nada lejano en el que la Resurrección estaba ausente del horizonte de comprensión de la salvación: ésta se jugaba el viernes santo, en la muerte de Jesús; y ahí concluía el drama de nuestra salvación; la resurrección era sólo un apéndice añadido, como para dejar buen sabor de boca. Los mayores de entre nosotros pueden recordar que antes de la reforma de la liturgia de la semana santa, de Pío XII, la vigilia pascual había sido olvidada.

El Concilio Vaticano II restituyó el misterio pascual en el centro de la liturgia. Y a partir de ahí, se puede decir que hemos vivido de rentas, dejando el tema de la resurrección en el desván de nuestras creencias intocadas, mientras nuestra cultura y nuestra antropología han ido evolucionando sin detenerse… ¿No notamos el desajuste?

Nos han preocupado otros temas más “urgentes y prácticos”. El pueblo sencillo (y cuántos de nosotros) no sabría dar razón convincente ni convencida de lo que cree acerca tanto de la resurrección de Jesús como de la nuestra.

La mayor parte de nosotros todavía piensa la resurrección de Jesús como un hecho “físico milagroso”. La fuerza imaginativa de las narraciones de las apariciones es tan fuerte, que cuando las proclamamos en las lecturas litúrgicas -o cuando nos referimos a ellas en las homilías- para la mayoría de los cristianos pasan por literalmente históricas.

El hecho físico histórico de las apariciones, junto con el sepulcro vacío, la desaparición del cadáver de Jesús, y el testimonio de los testigos privilegiados que lo “vieron” redivivo y comieron con él... es tenido como la prueba máxima de la veracidad de nuestra fe. La resurrección puede acabar siendo un mito anacrónico, momificado en las vendas de conceptos o figuras que pertenecen a una cultura irremediablemente sobrepasada en aspectos fundamentales. Pero la teología actual representa un cambio literalmente espectacular respecto a la teología de ayer mismo.

Baste pensar lo siguiente: “se ha eliminado todo rastro de concebir la resurrección como la ‘revivificación’ de un cadáver, se insiste en su carácter incluso no milagroso y no histórico (en cuanto no empíricamente constatable), y son cada vez más los teólogos    -incluso moderados- que afirman que la fe en la resurrección no depende de la permanencia o no del cadáver de Jesús en el sepulcro, cuando no afirman expresamente tal permanencia. Y es de prever que la permanencia del cadáver no tardará en ser opinión unánime”.

“Hoy se toma en serio el carácter trascendente, es decir, no mundano y no espacio-temporal de la resurrección, por lo que resulta absurdo tomar a la letra datos o escenas sólo posibles para una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo y agarrar al resucitado, o imaginarle comiendo... son pinturas de innegable corte mitológico, que hoy nos resultan sencillamente impensables. (Para la Ascensión ya se ha asumido generalmente que, tomada a la letra, sería un puro absurdo).

No es que las apariciones sean verdad o mentira, sino que carece de sentido hablar de la percepción empírica de una realidad trascendente. No se puede ver al resucitado por la misma razón que no se puede ver a Dios, con quien se ha identificado en comunión total y gloriosa. Si alguien dice que lo ha ‘visto’ o ‘tocado’ no tiene por qué mentir, pero habla de una experiencia subjetiva, como cuando muchos santos dicen haber visto o tenido en sus brazos al Niño Jesús: son sinceros, pero eso no es posible, sencillamente porque el ‘Niño Jesús’ no existe”.

No podemos extendernos más. Sólo queríamos dar provocativamente una saludable “sacudida” a nuestra fe en la resurrección, llamando la atención sobre la necesidad de no dejarla dormir beatíficamente el sueño de los justos, y de afrontar seriamente su actualización teológica.

En los Servicios Koinonía, concretamente en la RELaT (Revista Electrónica Latinoamericana de Teología), hemos puesto en línea el epílogo del libro “Repensar la Resurrección”, de Andrés Torres Queiruga (http://servicioskoinonia.org/relat/321.htm), epílogo que resume el libro y que invita a afrontar esa actualización. Recomendado asumir el tema en la comunidad cristiana como una actividad formativa de actualización teológica.

Insistimos en que no es un buen servicio evangelizador el mantener al pueblo cristiano ignorante respecto a la actualización de la comprensión de la resurrección que se está dando en la exégesis y en la teología, y que no hace bien el agente de pastoral que se limita a repetir las sonoras afirmaciones de siempre sobre la resurrección, y refiriéndose a las apariciones dando a entender a sus oyentes que se trata de datos históricos indubitables no necesitados de interpretación...

Según las estadísticas, no son pocas las personas cristianas que no creen en la resurrección; sin duda, algo tiene que ver con ello el hecho de que carecemos de una interpretación teológica actualizada respecto a este elemento capital de nuestra fe, momificado en las vendas de unas descripciones y supuestos con los que una persona culta de hoy no puede comulgar. Una evangelización desactualizada funge en muchos contextos como un factor ateizante.



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